
Marina Navarro Engesser: aprendiz de oceanógrafa
Mis padres han hecho muchas cosas bien y una de ellas fue llamarme “Marina”. Me gusta pensar que fue un presentimiento de lo que vendría después.
Mi historia (o el principio de ella, que aun apenas ha empezado) comienza en el año 2000, tierra adentro, en Madrid, donde nací y crecí. Aparte de veranear en la costa levantina de España, poco o nada nos ha ligado nunca a mi familia y a mí al océano. No obstante, mi parte romántica tiene una lista de “pequeños sueños” en la que arriba del todo pone “vivir cerca del mar”. Pero cuando con 18 años me fui de casa mi destino fue Berlín, donde empecé a estudiar Ecología y Planificación Medioambiental, más cerca, pero aún muy lejos de la costa.
Poco después me encontraba echando la roseta al agua en un buque oceanográfico en medio del Cantábrico. Porque de algún lado había aparecido una pasión, de origen incierto, pero muy real, por el océano. Y aunque la pasión es un sentimiento subjetivo, cuando me gusta algo sale a la luz mi parte científica racional y quiero explorar y entender.

A bordo del Margalef recuperando la roseta durante una campaña RADIALES
Así que como futura ecóloga y planificadora medioambiental acabé en el IEO de Santander como oceanógrafa física y biogeoquímica en prácticas. Programando para estimar la producción primaria oceánica a partir de datos satelitales y la producción comunitaria neta basada en observaciones de oxígeno disuelto en el golfo de Vizcaya. Además, tuve la oportunidad de conocer el trabajo en los laboratorios de química, citometría y pesca. Las campañas mensuales tan cortitas pertenecientes al proyecto RADCAN (acrónimo de RADiales del CANtabrico) para obtener datos físicos, químicos y biológicos, en las cuales pude participar, me dejaron la espinita clavada de embarcar de nuevo y por mucho más tiempo. Y es que he descubierto que marearme más en tierra que a bordo es uno de mis talentos.
La transformación del medio ambiente, la naturaleza y el paisaje plantea grandes retos a la sociedad del siglo XXI por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el consumo de energía y un largo etcétera. En lo que llevo de carrera he adquirido conocimientos y competencias para afrontar estos retos en términos de desarrollo sostenible. Conozco las leyes ambientales internacionales, he aprendido a realizar análisis y evaluaciones científicamente sólidas de los ecosistemas y a desarrollar objetivos y medidas para mejorar la situación medioambiental. Y todo esto no exclusivamente, pero sí sobre todo para ecosistemas terrestres. No obstante, como seres terrestres que somos, se nos olvida que la vida en la tierra depende de la salud del océano. Y si queda mucho por hacer para asegurar el buen estado de los ecosistemas terrestres, casi nada se ha hecho por conservar nuestros mares.
Actualmente aproximadamente el 1,5% (¡solamente!) de todo el océano se puede considerar área marina protegida y designar más áreas de este tipo es fundamental. Con planes de gestión eficaces y objetivos claros de conservación que realmente se pongan en marcha y no se queden como en muchos de los casos actuales “sobre el papel”. Y las áreas marinas protegidas son solo una de las múltiples estrategias políticas que deberían aplicarse para ayudar a resolver los problemas que afectan a la biodiversidad marina y costera del planeta. La gran relevancia de este asunto unida a mi pasión por el océano me dio la idea de aplicar lo aprendido en la carrera a los ecosistemas marinos. Uno de mis próximos objetivos.
Aun a día de hoy, las ciencias y especialmente el trabajo en la mar sigue asociado principalmente a la figura masculina. Muchas profesionales altamente cualificadas todavía tienen dificultades en este ámbito, bien sea a la hora de encontrar un trabajo (por ejemplo, en un barco), para acceder a altos cargos o en general para progresar en su carrera científica. Yo misma he de reconocer que hasta hace muy poco cuando leía publicaciones científicas firmadas solamente con la inicial del autor y su apellido daba por hecho, sin reflexionar, que se trataba de un hombre, cuando obviamente en muchos casos la autora era una mujer. Y la verdad es que durante mi estancia en el IEO he tenido la suerte de trabajar bajo la supervisión de una de estas científicas tan cualificadas, lo cual no solo agradezco mucho, sino que me da esperanza como mujer en este mundillo que puede llegar a ser tan hostil para nosotras.
El futuro dirá si me voy a dedicar a la investigación o si me llevará incluso a ocupar un puesto que pueda influir en la toma de decisiones políticas como (futura) científica que ahora conoce la realidad del trabajo de investigación. ¿Quién sabe? Acabo de embarcar en la carrera científica, me queda muchísimo por aprender y por eso por ahora me considero aprendiz, con la ambición de pronto ser oceanógrafa.

Atardece en el Cantábrico 🙂
Comparte esto: