Izaskun Villar y los caminos que llevan al mar

24.enero.2019

Por fin trabajo en lo que me gusta: hace tres meses me incorporé en el Centro Oceanográfico de Cádiz del IEO como ayudante de investigación en el grupo de Geociencias Marinas. Estaría bien hablaros de proyectos, de grandes descubrimientos, de expediciones a mares lejanos… pero como os digo, soy una recién llegada. Así que lo que os puedo contar es cómo conseguí plantarme aquí.

Me costó un poco decidir a qué quería dedicarme. Escoger una profesión es renunciar a otras, y eso es difícil, sobre todo para personas curiosas e inquietas. A mí me gustaba un poco de todo: Arte, Ciencia, Deporte… pero sobre todo, me gustaba el mar. Soy de Gijón, crecí mirándolo a todas horas… y resulta que engancha. Así que cuando llegó el momento, decidí que, fuera lo que fuese, quería trabajar en algo que me asegurara verlo y vivirlo cada día, en directo. Aparqué otros intereses y empecé lo que parecía una buena ruta: estudié Biología y Ciencias del Mar, me preparé para trabajar en barcos, hice prácticas en investigación y en empresa con especies marinas explotables… Y llegó el momento de buscar trabajo. Buscar, buscar y buscar.

Durante mucho tiempo, intenté encontrar mi sitio. Fueron años duros, de muchas ganas y pocas oportunidades. En algún momento, dejé de tener claro mi objetivo, o al menos dejé de creer que fuera capaz de conseguirlo. Y empecé a centrarme en otras inquietudes y saciar otras curiosidades. Podría decirse que, a base de probar caminos, me fui perdiendo. Trabajé como marinera (y hasta aquí llega la coherencia), estudié Antropología, me doctoré en Biomedicina, fui responsable de calidad, me preparé para ser profesora… Tampoco me arrepiento, aprendí mucho y gané perspectiva. Cada una de las cosas que hice antes de llegar a donde estoy me aporta algo, de todas he aprendido. Además, nunca me gustó centrarme en un solo tema, demasiada especialización me hace sentir miope. El caso es que, entre todas las etapas por las que pasé, el recuerdo de una siempre me hacía sonreír. Es fácil adivinar: el año que fui marinera. El contacto con el mar, la idea inicial. Yo no lo dejé, claro. El contrato era de duración limitada e improrrogable, uno de esos que emplean a mujeres en puestos tradicionalmente masculinos para fomentar la igualdad. Pero me sirvió para tener claro, pese al tiempo y las dificultades, a qué me quería dedicar.

Llegué a estar bastante cansada de puertas cerradas, la verdad. Parecía que ningún esfuerzo tenía recompensa. Supongo que la crisis y el escaso apoyo que la ciencia y otros sectores reciben en esta parte del mundo no ayudaron… Un día, decidí probar con las oposiciones. Durante un año, me presenté a cada convocatoria cuyo temario tuviera algo que ver con el mar. Y lo conseguí. Ahora tengo un trabajo en el Instituto Español de Oceanografía que cada poco me hace embarcar y en el que no dejaré de aprender nunca. La mitad del tiempo que paso en los barcos me siento como en una película de ciencia ficción, y me encanta. No fue fácil llegar hasta aquí y no es que a partir de ahora esté todo regalado. Es un nuevo camino que ahora empiezo a recorrer. Pero, por fin, es el que yo quería. Aquí estoy.

Supongo que lo que quiero deciros con todo esto es que… se puede. Es posible dedicarse a lo que una quiere. Casualidades de la vida, eso fue lo que me dijo un amigo que me encontré en Atocha después de hacer el último examen: “Se puede, se puede”. Él acababa de conseguir una plaza, y la verdad es que me animó. Con un poco de suerte, la historia de cómo llegué yo hasta aquí os animará como a mí sus palabras.

Así que no abandonéis, porque se puede. ¡Mucho ánimo!

Un proyecto de:
ieo
Con la colaboración de:
FECYT