Cristina Fernández y las microalgas

11.marzo.2019

Desde que me metí en esto de las ciencias del mar siempre he admirado a esa gente que dice que, desde pequeños, con sus padres a orillas del mar o viendo los documentales de Cousteau, sabían perfectamente que querían “echarse” al mar. A mí me encantaría afirmar lo mismo, pero mentiría.

Yo soy del interior, he crecido en una pequeña ciudad gallega separada unos 200 km del litoral, donde lo más parecido al mar que tenía eran los ríos. A los 11 años me mudé a la costa, pero tampoco aquí empezó la vocación. Para mí la playa era un lugar a donde ir con los amigos, tomar el sol, darse un chapuzón y volver a casa. Ni las algas, ni los bichos marinos, ni las rocas llamaban mi atención.

Lo que sí tenía claro era que quería dedicarme a la ciencia. Aunque las letras se pasaron por mi cabeza en algún momento, éstas no eran para mí. Realmente siempre había querido ser veterinaria, supongo que como oficio idealizado en el que piensas que te pasas todo el día rodeada de animales, jugando con ellos y bajo un cielo azul…

Pues bien, llegó el momento de decidir, 18 años y la veterinaria ya no tenía un papel tan idealizado en mi mente. Entonces pensé en realizar la carrera de biología (todavía no sabía qué era eso de las ciencias del mar). Sin embargo, un día mi abuela vio una noticia en la que se promocionaba el trabajo de el/la oceanógrafo/a enfatizando sus competencias a nivel mundial. Comenzaban a darle peso a su trabajo y a impulsar una carrera muy joven por aquel entonces (y ciertamente lo sigue siendo, no han pasado tantos años…).

Entonces, como quien no quiere la cosa, mi abuela me sugirió estudiar ciencias del mar. Lo pintaban muy bien y yo vivía en la costa. Pero bueno, no fue una decisión tomada tan a la ligera. Esperé un año más trabajando en cosas muy poco relacionadas con el mar, pero leyendo y observando en los distintos medios de comunicación el trabajo que los científicos realizaban. Hasta que, de pronto, me di cuenta de que cuanto más leía más me veía realizando ese trabajo.

Realizando muestreos de algas en Cabo Estai, Vigo.

Así fue que, en 2011, comencé la carrera de ciencias del mar en la Universidad de Vigo. La gente me preguntaba que qué era eso ¿Ciencias del mar? ¿Oceanografía? Incluso llegaron a sugerir si me dedicaba a dibujar los océanos (océano + grafía, ¿por qué no?). Pues no, durante los primeros años a lo que dedicaba la mayor parte de mi tiempo era a superar materias con mucha física, taxonomía de las distintas especies, geología y química, entre otras… Fueron unos años en los que te das cuenta de lo importante que es verlo todo de manera holística, en su conjunto. ¿Os imagináis estudiar los peces sin tener en cuenta las corrientes marinas? ¿O estudiar las algas dejando de lado si disponen de luz o no? Así puedo poner gran variedad de ejemplos que me condujeron directamente a la ecología marina. En segundo de carrera lo decidí y ahí comenzó mi pasión.

Tras hacer la carrera de ciencias del mar en Vigo y el máster de oceanografía en la Universidad de Cádiz solicité una beca para hacer el doctorado de nuevo en la Universidad de Vigo. Casi un año de nervios e incertidumbre subsistiendo con un pequeño contrato hasta que… redoble de tambor… ¡Lo conseguí!

Me metí a estudiar algo que apenas había tocado durante mi formación ¡El fitoplancton marino! Esos microorganismos marinos capaces de realizar la fotosíntesis me impresionaron desde el primer día. Me encanta ver la rapidez de adaptación que tienen al entorno en el que se encuentran, me encanta ver cómo crecen y cómo cambian de color y, sobretodo, me encanta que solo los pueda observar al microscopio (te hace pensar mucho en esa frase de “que el árbol no te impida ver el bosque”, hay infinidad de cosas que no vemos con nuestros pequeños ojos). Aunque también me encantaría que pudiesen sacar un cartelito donde me explicasen qué les pasa, me ahorrarían muchas horas en el laboratorio.

Actualmente me dedico a estudiar cómo responden estos microorganismos al aumento de temperatura que sufre el planeta combinado con la disponibilidad de nutrientes que varía ampliamente a lo largo del océano. Os animo a que leáis este artículo de divulgación que yo misma escribí acerca de mi trabajo: “Sin nutrientes el fitoplancton marino ni siente ni padece”.

Ahora mismo estoy en mi tercer año de doctorado y la fecha límite se aproxima. La verdad es que no es fácil lidiar con tanta burocracia y “deadlines” a la vez que estás en el laboratorio, leyendo artículos científicos uno tras otro, e intentando escribir los tuyos propios. Realizar el doctorado es una carrera de fondo. Eso sí, no me imagino a mí misma corriendo en cualquier otra maratón.

Además, tengo que enfatizar la importancia que para mí tiene poder viajar. El hecho de que la comunidad oceanográfica sea tan pequeña te anima a moverte por el planeta Tierra para intercambiar opiniones científicas con el resto de oceanógrafos y oceanógrafas. Desde que comencé a estudiar el mar ya he podido visitar muchos países y bucear en la mayoría de ellos ¡Me encantaría poder ver a las microalgas bajo el agua!

Buceando en Baja California, Veracruz, Tailandia, Galicia, Açores y Mallorca.

No puedo hacer más que agradecer y brindar mi admiración a todas esas personas que dedican tanto tiempo a la divulgación científica, en cantidad de ocasiones sin remuneración económica. Gracias a ellxs he podido conocer lo que hoy en día se ha convertido en mi vida.

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