
Alma Hernández y los probióticos
A todas nos han hecho esta pregunta alguna vez cuando éramos pequeñas: “¿Qué quieres ser de mayor?”. Para mi era una pregunta muy difícil de responder, no lo tenía nada claro. En unos momentos de mi vida quería ser médica, en otros abogada, en otros bióloga, … Eso de la vocación no era lo mío, lo único que tenía claro era que “quería saber”, curiosear todo lo que me rodeaba y responder a todos los porqués que se me planteaban.
A medida que fui creciendo y fui estudiando diferentes materias en el colegio, instituto y universidad se fueron perfilando mis preferencias. En primer lugar, tenía claro que lo que me gustaba era la ciencia. Cualquier cosa que caía en mis manos y tuviese que ver con el mundo que nos rodea la devoraba en cuestión de días. Leía todas las enciclopedias de casa, de la biblioteca y veía todos los documentales que echaban en aquella vieja tele en blanco y negro. Para mi todo era nuevo, comenzaba a descubrir el maravilloso mundo que nos rodea.
Poco a poco me fui dando cuenta que lo que realmente me gustaba era lo relacionado con los seres vivos y cómo funcionan. Cuando llegó la hora de matricularme en la universidad comenzó mi dilema. Me decanté por las ciencias químicas, especializándome en bioquímica, y al terminar mi quinto año de carrera descubrí una de mis grandes pasiones: la biología molecular.
Cuando terminé la universidad comencé mi etapa predoctoral en el laboratorio del Dr. Mollinedo en el Instituto de Biología Molecular del CSIC (IBGM-CSIC), estudiando receptores extracelulares de neutrófilos y modo de acción de compuestos anticancerígenos pero, por cuestiones del destino, terminé realizando mi tesis en el Instituto de Productos Lácteos del CSIC (IPLA-CSIC), estudiando una bacteriocina que es producida por una bacteria láctica aislada de un queso artesanal asturiano: el Afuega´l Pitu.
Y es aquí cuando descubrí el mundo de lo microscópico y concretamente la microbiología. Es increíble la gran variedad de seres microscópicos que habitan nuestro planeta y los ecosistemas que han colonizado. Y además son más complejos de lo que creemos: se comunican entre si, son capaces de interaccionar con el medio que les rodea, luchar entre ellos para competir por sus nichos… vamos, que tienen una vida tan rica y compleja como la de un ser pluricelular.
Y os preguntaréis: ¿eso que tiene que ver con la oceanografía y tu trabajo? Pues muy sencillo. En primer lugar, dejarme explicaros que en el IEO también se trabaja en el cultivo de los peces marinos. Tenemos plantas de acuicultura experimentales en las que mis compañeras realizan un gran trabajo, mejorando las técnicas de cultivo de peces que ya se comercializan y también cultivando especies que todavía no se comercializan pero que, debido a que están desapareciendo en el medio marino y son muy demandadas por los consumidores, son de gran interés. Bueno, pues yo trabajo con estas increíbles científicas. Pero no cultivo los peces directamente, aquí es donde se enlaza mi pasión por lo pequeñito con los peces. Supongo que todas sabréis lo que son los probióticos, los humanos los tomamos casi a diario en diferentes alimentos, principalmente lácteos. Pues los peces también comen probióticos. Sí, sí, también necesitan bacterias en su intestino para poder tener una salud perfecta. Y yo me dedico a eso. Busco probióticos de diversos orígenes, aunque principalmente del intestino de otros peces, y tras estudiarlos se los doy a mis compañeras de las plantas que se los administran en la dieta. Después vemos si esos probióticos hacen que los peces crezcan mejor y más sanos. En resumen, como dicen mis compañeras, me dedico a hacer «yogures para peces».
Como habréis visto, muchas veces no es tan importante tener una vocación clara como querer conocer, tener curiosidad, preguntarse todo y, por supuesto, luchar por lo que te gusta y no cerrarnos ninguna puerta. Como dijo un gran filósofo “la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”.
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